“Tenía la impresión de que su
cabeza tan pronto era una parada en el camino de otras cabezas, como una diana
a la que otros apuntaban, o incluso un aparato que en parte le escapaba,
teleguiado por extraños – sus verdaderos propietarios – que lo hacían funcionar
y pensar a su antojo. Fuera cual fuese la explicación, por singular y
abracadabrante que fuese, lo importante es que ya no era el dueño, y que apenas
si estaba «al corriente», o poco más. Ni siquiera sabía «dónde meterse en su
cabeza».”
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